Editorial del 11 de enero de 2010

El graduado cobra vida en Irlanda del Norte. Ese es el titular, hoy, de muchos medios que siguen con pasión, morbo y perplejidad las infidelidades de la esposa del primer ministro irlandés. Para que no falte de nada, la infiel se llama Misses Robinson, igualito que Anne Bancroft en el Graduado. Los amores de la señora con un joven 40 años menor, al que puso un bar, está haciendo furor en Internet. Ya hay incluso canciones dedicadas, amén de una versión nueva del clásico de Misses Robinson de Simon & Garfunkel.

La mujer del primer ministro tenía debilidad, al parecer, por la familia Mccambley. Primero fue amante del padre, y al morir éste, heredó el amor y el favor de su hijo de 19 años. El tiene ahora 21 y ella acaba de cumplir 60. Nada que objetar. Nada habría que decir del comportamiento privado de la consorte del primer ministro. El sabrá si la perdona o la deja de perdonar.

Lo que ocurre, en el caso irlandés, es que tiene connotaciones públicas. Primero porque la señora Robinson usó su influencia como diputada para favorecer a su “amante” y segundo, porque en su condición de cristiana protestante pentecostal, era muy piadosa y aplicaba unos criterios morales muy estrictos... a los demás, claro. Consideraba la homosexualidad una aberración, y llegó incluso a reprochar en público a Hillary Cllihnton haber perdonado a su marido lo de Monica Lewinsky.

Los que dan lecciones de moral a veces reciben su justa penitencia.


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