Editorial del 18 de enero de 2010

Pues nada, la gripe A parece haberse ido con viento fresco a no se sabe dónde. Lo que sí se conoce es que el H1N1 ha resultado ser un virus tan poco antipático que este año ha disminuído de forma notable el número de fallecidos por gripe. Es más, la pandemia de este invierno ha sido la más suave de los últimos 15 años.

Los que gozan con la sistemática versión conspirativa de la historia, lo tienen claro: esto ha sido una estrategia de las farmaceúticas que se han hecho de oro, con la complicidad necesaria –y ya veremos si delictiva- de la Organización Mundial de la Salud. Y luego están los que no miran debajo de la cama por sistema entre ellos, muchos científicos que simple y llanamente no entienden por qué no se ha producido la pandemia y mucho menos por qué el H1N1 se está comportando como nadie imaginó.

Nadie sensato puede estar defraudado por la falta de virulencia de la gripe A, aunque algunos parecen a veces francamente disgustados por tanta benignidad vírica. Pero eso no quita que una investigación seria deba plantearse para descartar cualquier sospecha. Ocho mil millones de euros gastados por los gobiernos en vacunas y prevención ante el H1N1 es una cifra demasiado golosa para no despertar recelos. Para que se hagan una idea, en Suiza, donde viven 8 millones de personas, tienen en la nevera 13 millones de vacunas. En todos los países de occidente ocurre algo parecido. Mejor prevenir que curar, nunca ha sido más pertinente como refrán que este invierno. Lo malo es que cuando venga el lobo de verdad, no habrá monjas ni médicos que nos convenzan.


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