El Mundo, 27 de octubre de 2004
JAVIER PÉREZ DE ALBÉNIZ
Sólo las imágenes del Día de la Banderita, con Letizia Ortiz y su suegra poniendo pegatinas en una caseta de castañera muy parecida a aquellas en que postularon Carmen Polo de Franco y sus amigas, han sido capaces de eclipsar el estreno de Julia Otero.
Y es que la Otero tenía a su propia pareja de "primates superiores" como artistas invitados: Felipe González y Jordi Pujol.
A eso se le llama empezar pisando fuerte. Y poco más, porque como era de temer en estos tiempos de buen talante, los dos se le escaparon vivos. Felipe, que venía de solicitar el indulto de Vera, se sintió tan cómodo como en un jardín de bonsáis. Se auto-denominó "jubilado jubiloso", presumió de ser "una personalidad" y reconoció que sigue en política "administrando los silencios": "uno es dueño de lo que calla".
Pujol, ni eso. Que si su mujer le dice que para poco en casa, que si se siente joven, que si la política es un oficio muy noble...
Una entrevista amable hasta el empalague. Y un puñado de preguntas bochornosas: ¿Qué cocinan en casa?; ¿cuánto dinero llevan en el bolsillo?; ¿cuántos idiomas hablan?... Pero cuidado, porque llegó una que estaba envenenada y era de tremenda actualidad: ¿Les gusta el hockey? (por lo de la selección catalana, ¿lo cogen?). "Sí, sobre patines", dijo Pujol. "No", respondió González.
Periodísticamente, 'Las Cerezas', así se llama el programa, fue un fracaso importante. Nadie en su sano juicio puede entrevistar a González el mismo día que solicita el indulto de Rafael Vera, con Barrionuevo y Corcuera como padrinos, y no preguntarle sobre tan... sorprendente decisión hasta el minuto final de una hora y media de entrevista. Noventa minutos de banalidades y cinco segundos de respuesta: "Me parece de estricta justicia. Punto".
¿El resto del programa? Algo de humor blanco-transparente, unos cuantos invitados menores, el torso desnudo de un piragüista olímpico...