Estrella Digital, 26 de noviembre de 2004
Fernando González Urbaneja
Las televisiones públicas, especialmente la española, han vuelto a los formatos de debate con protagonistas políticos y mediáticos, con unas gotas de humor, otras de espectáculo y también sustancia política. Las cerezas de Julia Otero, los 59 segundos de Contreras, el debate de Piqueras, sin dejar de lado la nueva programación de Telemadrid, especialmente el debate de Isabel San Sebastián y el nocturno de Yankee, han devuelto a las televisiones un picante político, que en la etapa anterior había desaparecido para dar oportunidad a banalidades y sucesos.
El cambio es de agradecer y revela retorno a funciones esenciales a las televisiones. Me sorprende que los canales privados, quizá ensimismados en su propio éxito, no habiliten espacios semejantes que pueden no alcanzar audiencias rutilantes pero sí una notoriedad que también contribuye al éxito.
De manera que bienvenida sea esa ventana a la información y la opinión. No es la información lo que más ocupa a esos programas, sino más bien el talante de los protagonistas, el choque de opiniones y la capacidad de sorpresa. El condimento es conocido: personajes notorios, contraste de posiciones, clima para producir efectos especiales (la exigencia de los 59 segundos es un hallazgo) y luego el azar de que pasen cosas. Indicativo del éxito es que lo que allí ocurre entra en la agenda política y produce reclamaciones y exigencias. Los grupos políticos menores (en tamaño, que no en influencia) quieren también su parte en el escenario con ese espíritu de lotizar los espacios en los medios que tanto daño hace al periodismo clásico.
El escenario está dispuesto y sólo faltan los actores. La subasta de protagonistas va bien, estar allí es prueba de nivel, no van pelanas, allí invitan a quien es notorio o/y desempeña un papel en el reparto. Los periodistas adornan y suben las emociones, y los políticos, unos hacen bulto y méritos y otros juegan a estrellas (a ésos les dejan más de un minuto). Tan bien va la obra, que el desfile de primeras espadas está garantizado.
Y algunas de esas primeras espadas se dejan atrapar por el formato y entran de lleno en la trifulca. ¡Alabado sea Dios!, hora era de que se desmelenaran y se mostraran como son. Pero en ese paso adelante alguno se extravía y llega más lejos de lo debido. Al ministro de Exteriores puede haberle pasado; sospecho que si pudiera dar marcha atrás iría al plató de la televisión más contenido y prudente. Hizo lo que el programa necesita: mucho ruido; pero no creo que sea lo que le conviene ni al Ministerio ni al Gobierno.
Otro tanto le pasó al presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que se lanzó a formular una política antiterrorista por su cuenta en medio del fragor del debate con Carod. ¿Es ésa tarea de un presidente autonómico? Evidentemente que no. No es materia para un formato nocturno, entretenido y amable de la televisión. Pero... ante la oportunidad de decir, nunca callar.
Los formatos son importantes, hay que estudiarlos antes de meterse en ellos. El artefacto televisión no es la mesa camilla, ni la tertulia del café con amigos y menos amigos. Tiene vida propia y crea situaciones no previstas ni deseadas.
Bienvenidos sean los debates, que duren y que sean pródigos en emociones, que los locuaces tengan sitios y que los muñidores de la propaganda y la imagen midan bien sus pretensiones, que los blancos muchas veces se invierten. Los desfiles de ministros por los debates hay que medirlos y calcularlos, que son gentes que van agobiadas de agenda y que con el relejo de las cámaras van más allá de lo recomendable.