El Periódico, 17 de febrero de 2005

FERRAN MONEGAL

Pocas veces una entrevista honra más a una entrevistadora. Y menos veces aún los telespectadores han salido tan tocados por la simpatía y el sentimiento. La charla que mantuvo Julia Otero (Las cerezas, en TVE-1), el pasado martes, con Guillem Jiménez y Pablo Pineda, dos jóvenes con síndrome de Down, ha sido, televisivamente hablando, una extraordinaria, una valiosísima, rareza. Cuando abordaron el tema del sexo, por ejemplo, un asunto tan vapuleado casi siempre por la tele, tan vulgarmente tratado, tan encerrado en la ordinariez braguetera, hemos asistido, por fin, a un tratamiento lúcido y nuevo. Decía Guillem, el más joven de los dos: "Yo tengo fama de mujeriego. Me gustan mucho las mujeres. Sólo les hago así, y ya lloran. Y les escribo poesías. Como ésta: La noche se oscurece cuando tú no estás / La noche se hace luz cuando te veo". Y Pablo, desde su edad, más mayor, le miraba un punto melancólico y añadía: "¡Ay!, Guillem, voy a matizar tus palabras sobre las mujeres. La procesión va por dentro. No tenemos derecho a tener novia. Tenemos mucha capacidad para amar. Pero no nos dejan. ¡Y las chicas, Guillem, no son tan buenas como crees! Yo me he declarado, y me he llevado chascos enormes". Y Guillem, sonriendo, apostillaba: "Pablo, Pablo, ¡las chicas son ángeles!". ¡Ah!, qué momento. Asistir a este diálogo entre dos criaturas con una problemática existencial tan evidente, como es el síndrome de Down, dos jóvenes que luchan por tener esa normalidad que la sociedad les debe, asistir, repito, a esta conversación impregnada de ingenuidad y realismo, y sobre todo, cargada de tan extraordinaria delicadeza, ha sido un golpe fantástico, hermoso, que como televidente agradezco. No lo tienen fácil en la vida estos dos muchachos. Pero están abriendo brecha en los muros del prejuicio y la incomprensión. Gracias, Julia: éstas sí han sido dos cerezas que valen la pena.


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