Un aficionado

En un tren a Barcelona me paró un chaval. Osó en decirme: «señor, eres un referente». Me quedé patidifuso. Por referente, por señor. Por las dos cosas. Vamos creciendo, aunque en ocasiones uno piensa que sigue instalado en la veintena. Incluso en la adolescencia. Pero no, ya sumamos canas, experiencias, pérdidas. Sumamos oficio en el currículum y, a la vez, reticencias en la existencia. Y siempre planeando el vértigo de la primera vez. Seguramente porque una profesión como la nuestra nunca deja de atesorar la pasión de la afición. Siempre seré periodista y, al mismo tiempo, sentiré la motivación del aficionado. Quizá porque cuanto más crezco más me percato de que todo quedará por aprender. Tiramos de ese hilo en Crónicas Corrientes, el espacio que hemos estrenado con 2024 en Gente Despierta de RNE. Entre tanta opinión y discurso, intentaré saciar una de mis determinaciones: intentar enfocar aquello que nos dijeron que eran pequeñas cosas y que son las grandes historias, nuestras grandes historias.

Carles Mesa, gente despierta

Un día un productor de cine me dijo que cada programa de Carles Mesa le inspira, por lo menos, dos o tres ideas para desarrollar  dos o tres películas. Me quedé con la idea dando vueltas. Y pensé, tiene razón. Porque Carles Mesa ejerce el periodismo clásico desde la radio que entretiene: el periodismo del descubrimiento, donde el periodista no es protagonista. Incluso es difícil encontrar demasiadas fotos suyas en redes sociales. Un contracorriente, vamos. Porque lo importante son las historias. No él. Aunque es él quien se atreve a acudir a lugares que no todos van. Aunque es él quien te va tirando del hilo cuando participas en sus programas de RNE. Ahora, Gente Despierta. Y allí estuve de visita, y allí, entre risas y complicidades, reflexionamos y aprendimos. Lo hicimos sin darnos cuenta. Como sólo logran los grandes del oficio de la comunicación, creando ese clima de honesta admiración mutua, que es el motor de la radio, pues te permite todo. Hasta compartir confidencias. Hasta jugar con la ironía. Hasta convertir un vínculo profesional en amistad.

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‘Culturas 2’ de TVE

El Estudio A4 de Torrespaña no es el más popular de TVE, pero en sus cuatro largas décadas a la sombra del Pirulí ha cumplido su función de ser una especie de camaleón que se adapta a las necesidades de la realidad a contar. Cómo cambian los platós con la creatividad de la luz y la escenografía. En un instante, mutan de ser una fría nave industrial a la credibilidad de la intimidad de un informativo o a la emoción de la grandiosidad de un concurso como Waku Waku. Chicho Ibáñez Serrador realizó aquí algunos de sus capítulos cuando los Estudios de Prado del Rey estaban hasta los topes en 1989. Y, entonces, este pequeño plató parecía gigante. Porque, al fin y al cabo, la tele es un ejercicio de perspectivas e ingenios para sacar el mejor brillo a las ideas. Aunque siempre te acojan las mismas cuatro paredes. Es lo que hemos intentado en el último año en Culturas 2 desde este estudio Estudio A4. Esta vez, con sus paredes de ladrillos descubiertas y su gran puerta abierta. Porque en los medios de comunicación deberíamos dejar más las puertas entre abiertas para no quedar desconectados de la calle. Para no quedarnos encerrados en vehemencias, prejuicios y condescendencias.

 

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Gracias a Miguel Ángel Hoyos, su director, Juan Soria, realizador, y a sus presentadoras, Paula Sainz Pardo y Jessica Martín. Gracias a todos por permitirme jugar.  En una televisión actual que es muy cuadriculada, ha sido un disfrute encontrarse con un equipo que se atrevía a lanzarse a puestas en escena para narrar mejor las historias, sus circunstancias y sus aprendizajes. Con distensión, con complicidad, con conciencia crítica. Sin intensidades, creyendo en los matices e incluso en las ironías. A estas alturas no queremos ser bustos parlantes perfectos, preferimos confiar en la sincera imaginación socarrona que nos enseñó la tele de la que venimos, la tele que sabía que ella, tan popular, tan transversal, tal delatadora de cómo somos, tan curiosa, tan descubridora, tan rara, también era cultura. Estimuladora cultura.

 

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Carolina Ferre en los estudios de Canal 9

Prolegómenos, Carolina Ferre y radio desde Valencia

La buena conversación es un acto de generosidad. En los medios de comunicación, la llaman entrevista. Pero incluso cuando se enciende el piloto rojo también son importantes los prolegómenos. Como en casi todo. Por eso mismo, para mí, ha sido maravilloso este rato de radio con Carolina Ferre en Julia en la Onda. Porque ha sido la continuación de un paseo juntos por Valencia, compartiendo complicidades y buñuelos. Siempre lo digo, e intento practicarlo. No sólo basta con ir a la radio, a la tele, a grabar un reportaje, a una reunión, a una rueda de prensa o a dar una clase, sobre todo hay que vivir todo lo especial que rodea el trabajo y lo enriquece. Y ese es el éxito probablemente de la propia Carolina. Es Carolina antes que Carolina Ferre.

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El Faro de la SER: la vida después de Netflix

No quiero que me quede este texto muy ñoño. Pero, vale, asumámoslo, siempre que voy a la cadena SER salgo a su terraza y, desde las alturas, ver el desorden de tejados de la ciudad me emociona. Ahí arriba, el ruido de Madrid deja su protagonismo a un expresivo silencio. De eso, probablemente, va la radio. Mara Torres lo consigue en El Faro, conectándonos a través de la conversación cómplice, entretenida y útil. Tan útil que siempre que participó en el programa siento que me ha aportado, como en la última noche en la que analizamos la vida después de Netflix. Y cancaneamos sobre sus efectos colaterales.

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La risa de la gente de Santander

El Palacio de Festivales de Cantabria ha crecido en la bahía de Santander a la vez que mi vida. De pequeño, en la segunda mitad de los ochenta, recuerdo cómo destacaba entre los edificios visto desde la barca en la que cruzábamos hacia El Puntal. Todavía sólo era una estructura de hormigón. La ciudad no lo entendía, pero a mí me ilusionaba. Era diferente, era raro. Iba a ser una caja abierta a la imaginación que, con las décadas, ha ido haciéndose mayor y ha ido pasando de expectativas a reticencias, de grandilocuencias a filtraciones de agua. Como todos, vamos. Esta semana, hemos realizado allí Julia en la Onda. Desde su sala Griega, delante de los escalones que Sáenz de Oiza dibujó para ser una espectacular (y poco práctica) escalinata de acceso a la gigante Sala Argenta. Y allí aparecí yo, como cada semana, para charlar con Julia Otero y reflexionar sobre cómo somos con la excusa de las pantallas que nos comunican. Pero fue distinto: esta vez, también estaban las risas de los santanderinos. Una complicidad que siempre es hogar.

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Carmen Juan

En este diario en el que voy dejando vivencias profesionales e inspiraciones personales, mientras suena de fondo Isn’t it a Pity de Nina Simone (dura once minutos), me ha dado por escribir sobre una suerte trabajada que tengo: qué guay que hasta ahora he podido conocer a gran parte de mis referentes profesionales, de diferentes maneras, formas, causalidades y casualidades. Como la vida misma, nunca hay un único camino. Y lo que es mejor y parece más imposible: ahora mismo no recuerdo ninguno de ellos que me haya decepcionado. Será que tengo síndrome de admirador poco objetivo o quizá, simplemente, que en algo sí elegí bien. Porque hay que elegir bien a los compañeros de viaje, aunque sólo te acompañen a través de un libro, una peli, una canción, una serie o la radio. Pero, al final, te inspiran. Hoy destacaré a uno, Carmen Juan. Siempre recordaré que el primer día que llegué a Onda Cero en Barcelona salió en mi búsqueda y conversó conmigo hasta crear ese clima que impide que te sientas solo en una especie de sala de espera del dentista. La relevancia del prolegómeno en el periodismo, pensé. Arroparte antes de una entrevista, qué crucial y cuánto se olvida. Ella lo hizo. Y, en el fondo, es lo que ha hecho todo este año en ese trabajo en equipo que es la radio y donde son vitales aquellas personas con oficio que saben motivar y equilibrar aportando espíritu crítico, perspectiva tranquila y honestidad periodística. Así Carmen Juan en su trabajo en Julia en la onda logra una de las grandes máximas de la comunicación: que parezca fácil lo altamente complicado. Hacer radio es un galimatías de coordinación, creatividad, estudio, perseverancia y escucha. El más difícil todavía ante la adversidad. Y, cuando se hace bien, todo este esfuerzo paradójicamente no se nota. Aunque, a veces, quizá sea bueno hacerlo notar. Sin más. Para que siga sin notarse.

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La evolución constante, la constante evolución

Siempre se pone el foco en la importancia de la pluralidad periodística de los medios de comunicación, pero ¿por qué no se plantea de igual forma la importancia de la pluralidad creativa? El periodismo y la creatividad van enlazados para prosperar. Incluso más allá de la cuadratura de los géneros en los que nos enseñaron dónde se debía ejercer el periodismo y dónde se «hacía» la creatividad. Como si fueran polos opuestos. Hace unos meses, tuve la oportunidad de participar en ‘Los Locos que no pararon la tele‘, documental de ‘El Terrat’ en el que se aborda el papel de la creatividad frente a la crisis sanitaria. 44 minutos de un puzle de vivencias que, a priori, plasma la capacidad de reacción para seguir emitiendo en un claustrofóbico confinamiento que nunca esperábamos. Pero, a la vez, este trabajo también deja un poso para entender la importancia de la cultura que se adapta a las circunstancias con la osadía de no querer dejar de retratar la realidad, de no querer dejar de escuchar la calle -aunque esté vacía-, de no querer dejar de acompañar al espectador. Y hacerlo con esa complicidad de la comedia honesta, que no asusta. Aunque lo fácil sea quedarse en el susto, que además vende mucho más en épocas en las que el ruido retumba con un eco que, a menudo, carcome lo que aporta. Pues eso, un honor por mi parte poder aportar en este documental que es una clase de la que todos vamos aprendiendo sobre la marcha y que nos recuerda que la creatividad televisiva está siempre en constante evolución. No se para. No permitamos que se pare. Atrevámonos a improvisar. Atrevámonos a la imaginación para amoldarnos a las circunstancias y seguir contando historias. Mejor si es con ayuda de la comedia que nos enfrenta a cómo somos con la capacidad de ilusionar, que es de lo poco que deja KO al miedo. Aunque sea un minuto.

Mi experiencia en ‘La hora de La 1’

Lo reconozco. Cuando empecé en La hora de La 1, me dio miedo que pudiera desvirtuar mi trabajo diario. La idea era formar parte de un espacio sobre la pantalla que nos retrata como somos en los viernes, pero, después, el programa ha ido confiando en mi mirada para aportar durante la sección de temas de actualidad cotidiana liderada por Cristina Fernández en la recta final del magacín. Y mi participación en el formato fue creciendo. Un halago, pero también temí ser engullido por la televisión del tertuliano en la que vivimos, en la que todos opinamos de todo.

Nunca he querido ser tertuliano. La todología me preocupa y yo sólo soy un currito del periodismo. Pero, al final, en el día a día, me he dado cuenta que puedo aportar mi mirada de periodista crítico. Es más, creo que es imprescindible el espíritu crítico sin trincheras desde una televisión pública, se trate el tema que se trate. Siempre lo he creído y argumentado en mis artículos. Intentémoslo, pues.

En una televisión sumergida en la pelea por las audiencias instantáneas, que muchas veces (pero, por suerte, no siempre) no permite casi que unos programas se diferencien de otros, se suelen buscar «perfiles» de colaboradores-personajes ya más anclados en el estereotipo, porque se supone que el público los reconoce de primeras y no necesita tener paciencia para descubrir. Cuando, precisamente, la tele consiste en descubrir. De ahí que, en 2021, los espectadores encuentren nuevos referentes en las plataformas y en las redes, más que en el bucle de la tele generalista. En ese «ABC» de los colaboradores de siempre, mi perfil no tenía cabida, por eso es de agradecer que en esta ocasión hayan apostado por otros prismas.

Entre las propuestas que ha traído La hora de La 1, se ha intentado huir de la tertulia de choque para así poder construir desde la diversidad social. Y, en este sentido, ha sido un honor en estos meses haber aprendido de esa diversidad que nos enriquece con una mezcolanza de profesionales como Valeria Vegas, Boris Izaguirre, Paco Tomás, Rosa Villacastín, Norma Duval, Teté Delgado, Gonzalo Miró… Cada uno con una experiencia profesional muy curtida y diferenciada. Al frente de nuestro rato, Cristina Fernández siempre incombustible. No la conocía y ha sido la gran revelación de esta experiencia. Peleona, honesta, apasionada, luminosa, Cristina está preparada para todos los retos que se proponga.

Y la diferencia con otros programas matinales ha radicado precisamente en que en La hora de La 1 de Mónica López no estamos encasillados, ni se han querido reproducir clichés. Por mi parte, he intentado contribuir humildemente a esta diferenciación. Porque creo con firmeza que la televisión pública no debe quedarse en el debate infinito de la televisión de hoy, ávida de audiencia fácil con polémica forzada, incluso con temas que no son debatibles. La televisión pública debe aportar. Aportar, es la palabra. Aportar periodismo y, cuando se dedica al entretenimiento, aportar esa sustancia del espíritu crítico que se hace preguntas, que crece en la creatividad, que contextualiza, que argumenta sin miedo a la ironía, sin timidez para jugar y, sobre todo, sin miedo a atreverse a pensar.

Esa televisión que cree en la inteligencia del espectador es la tele en la que creo. Y está presente en mis pensamientos cada vez que piso ese mítico Estudio 1 que nos enseñó a creer en la creatividad audiovisual y no quedarse en lo pronosticable. Ahí se hizo ‘Un, dos, tres’, ‘La edad de oro’, ‘Directísimo’, ‘Más estrellas que en el cielo’, ‘Hola Raffaella’, ‘Viaje con nosotros’… Una factoría de talento e ideas, que nos ha dejado un legado que siempre me inspira y me guía.

Y, al final, mis temores han ido desapareciendo para disfrutar mis participaciones en el programa, que intento que sean coherentes con la preocupación por el periodismo divulgativo de mis artículos, con mi obsesión para ser útil sin dejar de jugar con la travesura sin miedo a la ironía y a jugar en directo de la tele que nos parió. Lucho, al menos, para que no se me olvide intentarlo cada día, cada vez.

Un monólogo improvisado en La 2

Mientras corría hacia una rueda de prensa, suena mi WhatsApp. Es mi admirado Santiago Tabernero. Me escribe que se acaba de caer uno de sus invitados estelares con los que contaba esta noche para el estreno de ‘Sánchez y Carbonell‘, el retorno a lo grande de la televisión en riguroso, incontrolable y subversivo directo a La 2. Esta baja, de último momento, iba a protagonizar la masterclass del programa: un monólogo de cinco minutos que aborda un tema de nuestro tiempo. ¿Por qué no lo haces tú?, me propuso Tabernero cuando sólo faltaban unas horas para que arrancara el show. No dudé demasiado, aunque me tuviera que lanzar al vacío de un gran plató sin posibilidad de parar la grabación y repetir. Iba a quedar ahí la movida, mi movida, saliera como saliera. Entonces, pensé: «mucho mejor». Eso es la televisión. Esta vez, me tenía que atrever y tirarme sin red a ese riguroso, incontrolable y subversivo directo que tanto defiendo desde la cadena pública. Ni siquiera me dio tiempo a pasar por casa a cambiarme de ropa. Yo que iba con una sudadera de la Nasa, que nada más llegar al Estudio el personal de vestuario me invitó a quitarme por aquello de evitar las marcas publicitarias en TVE. Aunque sea la Nasa. Nunca se sabe. Menos mal que llevaba una camisa decente debajo. Elegí estar todo el programa de público, contagiándome de la atmósfera y disfrutando de ese nervio del directo creativo, contracorriente y osado que ofrece este formato en el que cabe hasta una compañía de teatro. Y llegó mi turno, y salí a jugar. Sin miedo a mis imperfecciones salí a la televisión a dejarme llevar hablando sobre la televisión, esa que nos influye. Salí a moverme con mi nervio bajo ese cielo de Prado del Rey que, con autores con aplastante mirada e intuición sobre lo que ebulle en la sociedad como Tabernero, nos han hecho creer en la tele que rompe con sus propios corsés, nos estimula y nos dispara la imaginación: