Entrevista publicada en El País Semanal el 27 de enero de 1991
Texto: Joana Bonet
Con un aire más agresivo y una imagen menos ingenua que la de costumbre, Julia Otero vuelve a TVE dispuesta a desnudar al prójimo cada semana.
Julia Otero mira el reloj y se echa las manos a la cabeza. Después de 10 horas de poses y modelitos en un teatro algo destartalado del barcelonés barrio de Sarrià, las cosas se ponen negras: un chaparrón inunda la ciudad, es viernes, no hay taxis y quedan dos cigarrillos en un paquete manoseado. Pero cuando se es Julia Otero y el paradigma de la popularidad ha caído sobre su lomo, pedir un teléfono en un bar o un paraguas a un portero no es oficio tan arduo como para la mayoría de los mortales.
Dice esta rubia dudosa de mejillas rollizas que la fama ha sido para ella como una especie de accidente químico, "algo comparable a la mezcla de las valencias, porque el carbono y el diamante tienen los mismos componentes, pero varía su composición", ante la cual se ha afanado para coger las riendas. Poco refinada ante los que la adulan, compañera a muerte de todas las mujeres luchadoras y entregada en cuerpo y alma a la televisión. Julia Otero volverá a colmar los deseos de sus incondicionales a partir del próximo mes de enero. La Ronda será su nuevo programa semanal, en Televisión Española.
Casi un año de paréntesis televisivo no ha servido para calmar el hambre que abre la fama y que se plasma en las situaciones más variopintas. En la vieja Facultad de Filología de Barcelona, en la cual se licenció, hay profesores que, con ecos de gozo, recuerdan a sus alumnos que Otero pasó por allí y que también tuvo que comentar los sonetos de amor de Quevedo. "En una clase, a un profesor le planté cara y le discutí su lectura machista de Madame Bovary", recuerda como hazaña. Después están los camareros que se ruborizan cuando le toman nota del menú y que al segundo plato, cuando ya hay más confianza, le gorronean un autógrafo. La llaman para inauguraciones de tiendas, presentaciones de nuevos productos, desfiles de moda... Y cada día aterrizan en su buzón cartas de letra apretujada, "algunas muy tiernas y entrañables, otras con mucho sexo y algunas que te dan palos".
- ¿Tiene morbo la Julia Otero que sale en la tele?
- Yo creo que sí, porque se da una mezcla entre la cosa virginal y la perversa que debe funcionar, y lo digo por lo que me devuelven los demás como espejo.
- ¿Y se liga mucho?
- Ahora es mucho más difícil que antes; se me acercan más por cuestiones profesionales...
- Tendrá que ver la imagen de pareja feliz y compenetrada que se da de usted y de su marido [el periodista de TV-3 Ramón Pellicer].
- Sí, y además que en ningún momento yo he vendido. Parece como si nadie se enterara de mi toque de perversidad. Por ejemplo, de mis dobles intenciones e incluso de mi mordacidad en las entrevistas... Esto era algo que antes me preocupaba mucho, porque podía ser muy incisiva en algunas preguntas, pero no me lo tenían en cuenta. En cambio, ahora estoy convencida de que está bien que ocurra eso, porque nadie recela de mí y parecen dispuestos a perdonármelo todo, como si tuviera derecho de pernada... Hasta que algún día haga alguna maldad, a ver si entonces aún oiré aquello de "mira qué graciosa, qué simpática, qué mona".
Bautizada como animal televisivo o fenómeno de la pequeña pantalla, Julia Otero es un ser llano y refranero, de esos que dicen las cosas por su nombre y que en la vida nunca se dejan engatusar. Coincide en que sí, que se puede hablar de fenómeno, pero siempre al acecho, recuerda, por si acaso, que se lo ha trabajado durante 12 años, "de los 18 a los 30, sin parar". Con su voz clara, sin dudas fonéticas, y sus finales de agudos subidos que al más ensimismado le hacen levantar la cabeza acaricia ahora la posibilidad de cambiar de trabajo y ponerse al otro lado del plató.
- ¿Tanto cansa dar la cara?
- El detalle de poder ir a trabajar con una camiseta, unas bambas y unos tejanos, sin tener que preocuparme de si esa noche he dormido menos de ocho horas para que no me salgan las ojeras, puede parecer una frivolidad, pero es importante. Se podría producir un bucle. Primero empecé presentando, después presentando y dirigiendo, y quizá llegue un momento en que abandone la primera parte y me quede sólo con la dirección. Es posible que esto ocurra; a mí no sólo no me desagrada la idea, sino que la contemplo para un futuro no muy lejano, porque me apetece mucho trabajar sin el agobio, la presión y el esmero que supone dar la cara.
- Y sin el deber de ir con las pilas cargadas para satisfacer a todo el mundo.
- Esto crea una enorme responsabilidad, porque yo soy consciente de las expectativas que puede tener de mí la gente, y defraudarla siempre es, doloroso. Cuando me he percatado de que esto ha sucedido porque no era mi día, me he sentido muy mal, ya que de alguna forma significa romper el encanto. Alguna vez me han dicho: "Hombre, pues parece usted más simpática en televisión", y en el fondo ha sido como un puñal clavado, porque probablemente no soy ni tan simpática ni tan antipática; soy una persona con mis días de luna torcida y los de luna llena.
- Antes de ser famosa, ¿ya tenía este poder de masas, de persuadir y comunicar?
- Nunca he sido persona de distancias largas, sino de distancias cortas. Hay gente que a lo lejos comunica bien y seduce, pero que, a medida que se va acercando, es como si fuera haciendo un strip-tease de encantos por el camino, y cuando llega lo hace sin la química necesaria. En mi caso, en la vida he pasado muy inadvertida, profundamente y olímpicamente inadvertida. Pero en la distancia propia, quizá porque he tenido que arreglármelas con unos encantos personales muy normalitos, he mejorado las expectativas. "Hombre, pues así de cerca, como habla, como es, pues no es tan anodina", soltaban. Yo creo que en la televisión, en el plano cerrado y con ese objetivo que casi te muerde, se ha producido ese efecto. De todas maneras, mi época de televisión fue el fin del monopolio de las televisiones públicas. Yo creo que a partir de ahora será mucho más difícil producir un boom televisivo.
- ¿Quiere decir que le preocupa la competencia de los canales de televisión privada?
- Creo que hay que darle un margen de tiempo. A mí me gustaría que la competencia fuera de verdad y feroz, pero aún no es así. De todas maneras, me resulta preocupante la competencia de una serie de productos que a mí, como profesional y como mujer, me hacen sentir muy mal, y me aturde que ésa sea la línea o tendencia de los próximos meses. Tengo la impresión de que se está produciendo en televisión lo que hace unos 10 años con la prensa escrita, con toda la historia del destape, hasta que pasó la fiebre y todo volvió a su sitio. En televisión estamos viviendo ahora aquella etapa en la que si unos enseñan tetas, todos deben hacerlo para que el dichoso mando a distancia no te robe la audiencia. Y eso me preocupa como mujer -y pienso que debe preocuparnos a todas-, porque yo no quiero doblegarme ante esto, y no lo haré aunque eso implique no hacer un producto competitivo. Hay días en que uno se arrepiente de haber puesto la televisión.
- Siempre aprovecha para hacer apología de la mujer. ¿Hasta dónde llega su militancia? ¿Acaba en el compromiso cotidiano?
- Es una militancia en la vida puramente, a la que te apuntas sin darte cuenta. Ya en la adolescencia me conciencié de ello, en lugar de actuar como la gente que echa piedras a su propio tejado. Yo creo que hay que militar en esto con guante blanco y con carmín. En eso sí que ha cambiado el movimiento feminista; antes era más bélico, más directo. Ahora, ¿quieren armas de mujer?, pues las tendrán. Y no hay que avergonzarse de esas armas; todo lo contrario: tienen que aprovecharse para llegar hasta donde nos propongamos. Pienso que el feminismo "maquillado", entre comillas, con sentido del humor, tiene mucho más porvenir que el otro.
El género de la entrevista le sigue picando el gusanillo. "De personajes imposibles, me gustaría entrevistar a Sadam Husein, y de posibles, volver a tener delante a Alfonso Guerra, porque le entrevisté antes de saltar el escándalo y además fue una entrevista polémica, injustamente creo, ya que se me reprocharon cosas que en otros pasaron por alto, y si es justo para uno, lo es para todos. Guerra es un personaje muy poliédrico y carne de entrevista".
- Se dice que esa manera tan positiva que tiene al afrontar las cosas se debe, en parte, a una operación a corazón abierto por la cual tuvo que pasar.
- Nunca he hablado ni nunca hablaré de esto, porque tengo un principio, y es que nunca me lamento en público; aunque tuviera muchas razones, jamás lo haría. Y lo tengo tan claro porque estoy convencida de que "a perro, flaco, todo son pulgas" o "del árbol caído se hace leña".
- ¿No le molesta que por ser tan obvia pueden considerarla simplona?
- Yo soy mujer de brochazos, porque de esta forma llegas a mucha más gente que si eres de pincel fino. A veces he oído o leído que me ceñía muy bien a los guiones que me entregaban y he tenido ganas de invitar a esta persona a que siguiera durante una semana mi ritmo de trabajo. Hay culturas muy aparentes, formas de expresarse en público muy resultonas a base de aprenderse diez buenas citas para impresionar. Si yo tuviera mil de esas citas y autores y estuviera empapada de ello, seguro que alguna me saldría de forma espontánea. Pero aprender, memorizar cositas para deslumbrar, me parece de lo más triste y aburrido. Soy mujer de sustantivos más que de adjetivos.