El País, 10 de marzo de 2000
JUAN JOSÉ MILLÁS
Nada nuevo. Aznar ha conseguido cargarse la campaña antes de tiempo no ya por su aprensión a los debates, sino por el pánico a aparecer él solo en aquellos medios cuyas preguntas pudieran no ajustarse al guión. Ha descubierto la audiencia inversa. Cree que cuanto menos gente le escuche, más le votarán. Quizá sea cierto, pero da miedo esa idea de la comunicación. Cuando le entregaron cautiva y desarmada Onda Cero (que ahora debería llamarse Onda Cero Patatero), nadie se podía creer que cerrarían el programa de más éxito, y el más rentable de la tarde, pero firmaron la pena de muerte de Julia sin pestañear. En aquel instante no entendimos que se inauguraba una difusión hacia dentro, cuyo horizonte moral era el autismo. Lo cierto es que desde entonces los asesores de Aznar cuentan cada día los oyentes que no tiene la Otero y se frotan las manos ante tal éxito de audiencia. De audiencia negativa, que es a lo que íbamos. Y cuando le invita Iñaki Gabilondo, cuyo programa, aparte del más oído, es el de mayor prestigio de la radio, los sociólogos al servicio de Aznar hacen un cálculo inverso de audiencia y le pasan los datos con el desayuno.
-Presidente, si no vas a la SER dejarán de oírte equis millones.
-Pues di que no. Ni en mis sueños más locos pensé que podría dejar a tantos contribuyentes con las ganas de escuchar lo que pienso, si esto que sucede en mi cabeza puede calificarse de pensamiento.
En La Moncloa ya no se hacen cuentas de los ciudadanos a los que pueden llegar a través de los medios, sino de la gente a la que pueden dejar de llegar prescindiendo de ellos. Han recibido órdenes de crear zonas de sombra. Si gobiernan otra vez, le exigirán comprar a Villalonga emisoras mudas, periódicos sin texto, medios, en fin, opacos de los que no haya que despedir a nadie porque nacerán descerebrados, huecos. Es preciso, se dicen cada día, crear una cultura de la ausencia, del agujero, del túnel. Que la gente vote al que menos ve, al que lleve el traje más oscuro.
Aznar no ha prohibido a los suyos (con excepciones como Cascos) que concedan entrevistas porque en esta primera fase conviene que la gente vea algunos fragmentos intimidatorios del poder: pies, manos, nucas, espaldas, coronillas. Lo importante es que no vean el rostro. El rostro es él, y él sólo se deja ver en los estadios (donde no está obligado a decir nada), y en los pequeños actos sectoriales, o sectarios (donde ya está dicho todo). Sueña con el día en el que no sean necesarias las campañas, con el día en el que sean 40 millones de personas las que no escuchen a Julia, o a Iñaki, pero sobre todo, las que no le escuchen a él, que aspira al puesto del Gran Mudo. ¿Piensan que exagero? ¿Por qué entonces eligió como portavoz a aquél que más tenía que callar?