La Razón, 10 de diciembre de 2000
Santigo López Castillo, periodista
Si no es bueno que el hombre esté solo, tampoco conviene que la mujer se relacione en demasía ni se la distorsione en exceso. Sería mal visto. Claro que hoy vale todo, a impulsos de la cuota femenina, que es el máximo exponente de la mentecatez, derivado de lo políticamente correcto. Los últimos años, ciertamente, las féminas españolas han tenido gran predicamento a la hora de llevar la voz cantante en situaciones atentatorias para la convivencia nacional. Por orden cronológico, Rosa María Mateo se convirtió en «musa de la libertad» a raíz del 23-F sin comerlo ni beberlo. Quiere usted decir: que la locutora aludida no practicaba la información parlamentaria, iba al Congreso en días de pleno a tomar café con Felipe González, y doy fe porque, servidor, entonces, era el jefe de información parlamentaria de TVE y porque el día de autos con pistolas Tejero le pilló a usted con estos pelos efectuando la transmisión televisada. A raíz de aquella alocución, Mateo solició el carné de periodista a Luis Mª Anson, a la sazón presidente de la Asociación de Prensa, porque consideraba que había hecho méritos suficientes para poseerlo además del consabido coqueteo con la izquierda.
Victoria Prego -en otras ocasiones la ha mentado usted sin nombrarla- se ha erigido, o la han erigido, en protagonista de la transición cuando lo más que hizo es verla por el foro o por medio de los teletipos de las redacciones de TVE. Pero como en esta vida no es lo mismo ser gracioso que agraciado, la que es hija de aquel gran periodista y magnífico crítico de teatro, Adolfo Prego, con el que tuve la dicha de trabajar, se ha erigido en paladina del cambio político. Allá ella y sus medias verdades por decirlo de una manera delicada, ya que, al final, no deja de ser compañera y sin embargo amiga. Otros, y antes que ella, entre los que me cuento, han publicado libros que certifican la notaría del tiempo vivido. Pero con ser mucho la prueba testifical, lo que no es de recibo es la traición al medio para el que has trabajado y cobrado y menos al Rey.
Pilar Miró, en cambio, una profesional fetén que está en los cielos -dónde si no, mi Dios, junto a Gary Cooper- realizó lo irrealizable de tan perfeccionista que era: por ejemplo, la boda de la infanta Elena, que tuvo su tronío en imágenes y un manda ovarios de admiración visual. Miró, socialista hasta la médula y leal compañera hasta los tuétanos, antepuso su profesionalidad a sus creencias, que es lo que queda, para ser llorada en su adiós en blanco y negro y recordada toda la vida en la filmoteca nacional. No es mi inteción, ahora, compararla con Gemma Nierga. No es comparable, desde luego, pero el libreto de la vida tiene esas cosas y se atiene al orden de aparición. La muchachita, que sigue el sectarismo de Julia Otero, y que por la radio irradia sus pasiones políticas, introdujo en la manifestación de Barcelona una morcilla a destiempo cuando ya le tocaba hacer mutis por el foro. ¿Fue por propia iniciativa o por exigencias de terceros? Sea como fuere, lo peor de todo fue cuando cambió el catalán por el castellano; vamos, para que ahora se enteren. Y sobre todo Aznar, que sólo habla catalán en la intimidad.